En Avatar 2: el sentido del agua, el tiempo es importante. Diez años han transcurrido desde que Jake Sully (Sam Worthington) recibiera el prodigio de Eywa en el Árbol de la Vida.

Su identidad humana desapareció o, mejor dicho, evolucionó a una comunión total con Pandora.

Su mirada es la de un Na’vi y esa es la gran revelación que el argumento escrito por James Cameron, Rick Jaffa y Amanda Silver deja clara. El espíritu aventurero del personaje es un reflejo de su planeta adoptivo.

También del misterio cálido que envuelve cada elemento que le rodea.

Tal y como la primera película manifestó en el 2009, nada en este entorno poderoso está desvinculado del centro mismo de la vida.

Nada está fuera del asombro que envuelve y sostiene la narración como una travesía hacia un paraje de desconcertante belleza.

Avatar 2: el sentido del agua

Avatar 2: el sentido del agua rinde tributo a este enorme ecosistema vital que enlaza a cada criatura viva.

De nuevo, a través de los más jóvenes, el guion muestra su nueva energía. Aonung (Filip Geljo), hijo de Tonowar y Ronal, es la encarnación del miedo.

Pero su hermana Tsireya (Bailey Bass) es la bondad pura de Pandora en toda su espléndida expresión.

Es entonces cuando es más notorio que nunca que James Cameron rinde tributo a lo antropológico.

Que, además, cumple su promesa de brindar a Pandora personalidad y profundida.

Pandora abre sus tierras al asombro

Los primeros minutos de la gran épica ecológica de James Cameron dejan claro de inmediato que esta largamente esperada secuela es una experiencia.

Antes que un recorrido, una historia o incluso una exploración a un nuevo mundo, Avatar 2: el sentido del agua es una osadía visual que hipnotiza a un grado abrumador.

El nivel de realismo y detalle sobrepasa toda posible predicción sobre el trabajo de Cameron y convierte la película en puro poder narrativo.

Avatar 2: el sentido del agua no necesita más de un primer tramo vertiginoso para dejar ver sus cualidades.

Pero, más allá de eso, utiliza cada recurso a su disposición para mostrar su espléndida premisa.

Cameron es consciente de que su película depende de su corazón tanto como de sus efectos digitales o prodigios técnicos.

Por lo cual, deja claro de inmediato que la secuela de Avatar es una historia que comienza por el pulso de un planeta vivo.

Tan realista, minucioso y cuidadoso que es evidente que el cineasta apostó el todo por el todo para una sensacional mirada a un universo que apenas nace.

Avatar fue un anuncio discreto del portento sensorial que construye en Avatar 2: el sentido del agua.

También es el reconocimiento de que la película, fruto de años de esfuerzo y un indudable pulso autoral, es una obra de arte de varias formas distintas.

Avatar 2: el sentido del agua es una mirada inmersiva a la belleza

No solo a nivel tecnológico, algo que la producción demuestra con su alto rango dinámico a 48 fotogramas por segundo.

También por el hecho de haber sido creada para un 3D que es mucho más que una excusa para un espectáculo en sala.

Avatar 2: el sentido del agua necesita de la tridimensionalidad para contar varias historias a la vez.

Algunas tan sutiles como el tránsito del agua a través de un mar infinito.

Los movimientos de sus personajes y, en especial, ese misterio vivo que es Pandora.

El planeta se aparta de ser un escenario colorido para sustentar su propia gama de matices sensoriales.

Cameron logra la sensación de que cada punto es real: desde el sonido del viento en la periferia hasta el rumor de los árboles.

El nivel de complejidad de la película es asombroso justo por su precisión al narrar de forma sustancial la experiencia en el entorno.

La historia comienza mucho antes de que el relato argumental sea el centro de todo.

No es, claro está, una decisión al azar. Cameron es consciente de que el éxito de Avatar 2: el sentido del agua depende de lo creíble que sea Pandora como escenario.

De modo que logra que lo sea. Tanto como para conmover — en algunos momentos hasta las lágrimas — y deslumbrar a un nivel total.

Este universo está vivo, es por completo realista, con un peso visual e inmersivo propio.

Las viejas historias que comienzan en tierra nueva

Para Jake Sully, el mundo es generoso. Su historia con Neytiri (Zoe Saldaña) fructificó en una familia.

Pero, más allá de eso, en un elemento bien construido para comprender la secuela como parte de una relato más grande.

Esta familia de cinco es, de alguna forma, el corazón vivo de Pandora.

Si la película original fue criticada por su historia sencilla y trillada, Avatar 2: el sentido del agua supera con creces esa frontera limitada y abandona los lugares seguros.

Tal vez por eso sorprenda que la familia de Sully sea tan peculiar como la historia misma del personaje.

La pareja engendró a tres hijos biológicos que son, de alguna forma, la experiencia real del argumento.

Aunque sin menospreciar la de sus padres como figuras centrales. Neteyam (Jamie Flatters) y Lo’ak (Britain Dalton) son adolescentes y están en el tránsito hacia la independencia.

Una decisión narrativa que permite comprender a los Na’ vi desde sus diferentes rituales de paso.

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